PERDÓN Y OLVIDO

¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad?

No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. (Miqueas 7:18)

El año pasado hablaba con una amiga que fue golpeada brutalmente por su esposo, después de haber convivido con él por más de 20 años. Este hombre además de insultarla desmedidamente, destrozó los enseres de la habitación de manera violenta e inusual. Durante el relato, mi amiga hacía énfasis diciendo ¡No lo perdono!

Casos como estos infortunadamente suceden diariamente al rededor del mundo. Solo que muchos no son revelados por razones obvias.

Es posible que usted que lee estas líneas se identifique con la historia de mi amiga. Es posible que usted esté sufriendo en silencio a causa del maltrato, y su corazón se haya llenado de amargura. Si eso está sucediendo en su vida, debería saber que la solución a su problema ya fue dada. Sigamos leyendo para conocer esta solución.

Hace más de dos mil años hubo un hombre justo y santo que sufrió en manos de pecadores; quienes lo injuriaron, lo escupieron, lo azotaron. Le horadaron las manos y los pies. Le colocaron una corona de espinas. Lo escarnecieron. ¡Lo colgaron y crucificaron en una cruz sin haber cometido un solo pecado! A pesar de ser inocente, este hombre no se defendió ni insultó a sus enemigos. Solo dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

Esta es la historia más hermosa y perfecta de todos los tiempos, donde vimos morir al Hijo de Dios perdonando los pecados de la humanidad.

Jesús se puso en nuestro lugar para cargar con el peso de nuestra culpa. Es por eso que cuando venimos a él humillados. Sin justificación ni acusando a los demás, recibimos su perdón. Recibimos al Espíritu Santo y somos consolados.

Jesús está sentado a la diestra del Padre después de haber resucitado al tercer día. Desde ese lugar reina y vive para siempre. Quienes le hemos recibido en el corazón viviremos con él por toda la eternidad.

Es preciso decir que con Cristo estamos completos. Nada nos falta. Tenemos todo lo que él ha conquistado en la cruz del calvario: Paz. Amor. Seguridad. Vida eterna. Libertad. Gozo. Todo lo que a Cristo le pertenece nos pertenece a nosotros, a los que le hemos recibido en el corazón como Señor y Salvador.

Digno eres de recibir toda la Gloria,

Tú que por amor me has perdonado.

No solo uno, sino todos mis pecados,

Pues te deleitas en hacer misericordia.

Merecedora era yo de muerte fuera de tu gracia. Merecía el castigo por mis pecados. El peor castigo era permanecer alejada de ti por siempre. Sin embargo, por causa de tu amor no retuviste tu enojo. Estar separada de ti era causa de dolor para tu corazón mientras mi alma gemía de angustia.

No había deleite cuando yo me consumía en mis pecados. Entonces por tu misericordia me alcanzaste enseñándome a vivir en novedad de vida.

Ahora que tú has perdonado mi maldad, libre soy para adorarte. Libre soy para acercarme a ti sin culpabilidad. Pues, ninguna condenación hay para tu heredad. Para los que están en Cristo Jesús… (Romanos 8:1)

Porque no hay otro Dios que perdona la maldad,

Y olvida el pecado del remanente de su heredad.

El Dios nuestro para siempre su enojo no retiene,

Tampoco para amarnos nada ni nadie lo detiene.

 

Haciendo misericordia tú te deleitas,

¡Oh Dios, tú eres amor! ¡Amor eterno!

De mis pecados, ¡De ellos no te acuerdas!

¡Libre soy de la condenación y del infierno!

 

¡Qué gozo experimentar libertad en Cristo!

¡Qué esperanza y aliento para el alma mía!

Mis pecados han sido puestos en el olvido,

Esta es la mejor noticia de todos mis días.