Lo que el impío teme, eso le vendrá; pero a los justos les será dado lo que desean. (Proverbios 10:24)
Con una vela encendida, muchas personas acuden a las marchas para exigir que se haga justicia. Que se haga justicia a los maltratados. A los abusados. A los que han sido expropiados de sus tierras. En fin, a todos aquellos a quienes se les han violado sus derechos.
Este escenario ilustra una manera muy peculiar de manifestar inconformidad en el mundo actual, interpretado como un clamor urgente de los que se sienten con autoridad para exigir justicia. El hecho presume que, si yo proclamo justicia o la exijo, se da por sentado que mis obras son irreprochables. No sé si usted está de acuerdo con lo dicho, mejor dejemos que sea Dios quien hable al respecto.
El versículo del día inicia diciendo “Lo que el impío teme”. Permítame primero definir el término:
Impío es un concepto que proviene de un vocablo latino que sirve para referirse a alguien que carece de la virtud de la piedad o de fe en Dios. A su vez, se utiliza como sinónimo de hostil, en cuanto a lo religioso y sagrado de refiere.
Dicho de otra manera, el impío actúa impíamente (sin misericordia y sin compasión), y de acuerdo con sus obras así mismo recibirá su recompensa. Pero los justos hacen obras de justicia, por lo cual ellos recibirán el deseo de sus corazones, es decir, se cumple lo dicho: “Les será dado lo que desean”.
Dios es justo y ordena que sus hijos también lo sean. De modo que, si hacemos obras de justicia es como resultado de tener un corazón transformado por la acción de la Palabra.
Tomemos algunos ejemplos bíblicos para definir lo que la justicia es:
- Caminar en la verdad de Dios. Una verdad que es infalible y digna de ser recibida por todos. (1 Timoteo 1:15)
- Aplicar la Palabra de Dios a nuestra propia vida antes que a los demás. (Santiago 1:22-25)
- Obedecer a Dios antes que a los hombres. (Hechos 5:29)
- Hacer su voluntad y no las nuestra. (1 Juan 2:17)
¿Cuál de estos principios estamos cumpliendo?
Atendamos el consejo del Señor, no sea que presentándonos ante él nos diga:
No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. (Mateo 7:21-23 )
Si nos dejamos direccionar por la palabra de Dios, nuestro corazón no será gobernado por los malos deseos, sino que viviremos en este siglo de manera sobria justa y piadosamente, cualificados para recibir los anhelos de nuestro corazón.
Que mi corazón esté cimentado en la Palabra de verdad,
Para anhelar lo bueno y agradable ante los ojos de Dios.
Pues, no quiero yo andar según mi vista natural,
Atrayendo para mí misma gran tristeza y dolor.
¡Oh Dios que sean justo todos mis deseos!
Así mismo que también se alinee mi corazón.
Que no ande codiciando nada de lo que veo,
Sé tú Señor quien me gobierne y no mi emoción.
Señor, influye siempre en mí con tu Palabra,
Para poder meditar de día y de noche en ella.
No quiero jamás separarme de ti por nada,
Pero sí quiero recibir lo que mi alma anhela.